Quizás fuese hace algunos años y era por esta fecha, el día
de la Virgen se acercaba y los calores de agosto hacían las tardes aún más
largas. Creo recordar que ese año la fecha de la Virgen era un sábado y por lo
tanto, fiesta el 15 y el 16 domingo.
Una madre se
dispone a planchar la ropita de su hija que se estaba arreglando para después
de merendar bajar a jugar a la calle con sus amigas y amigos, entonces
jugábamos todos juntos. La niña se acerca a su madre para preguntarle algo y en
ese momento la madre se vuelve con la plancha de hierro que antiguamente se
calentaban en las ascuas de carbón y la niña hace lo mismo, la plancha quedó
pegada al ojo izquierdo de la pequeña y una madre loca de dolor y una pequeña
también loca de dolor prorrumpen en gritos y lloros de impotencia.
La madre
desmayada sobre una silla y la niña bajo el grifo del agua tratando de que se
alivie el dolor de sus quemaduras, ¡inútil¡.
“Hay que
llevarla a la Casa de Socorro”- escuchaba lejanamente la pequeña. Y su madre,
revistiéndose de valor y a pesar de la pena y su llanto, coge a su hija y la
lleva a la Calle Rosario a la Casa de Socorro, donde le dicen que allí no
pueden hacer nada porque no tienen medios, aún así para refrescar el ojito de
la pequeña le ponen un colirio. La
Madre. No se queda quieta: La lleva al
médico vecino de la calle, el Dr. Don Antonio Cortés, el cual dio un pronóstico
aun peor: quemaduras en el ojo que no podía decir hasta que punto afectaban
pues debía de verlas un oftalmólogo. Cosa difícil por la fecha en que estábamos
y viernes por la tarde. El Dr. Cortés indicó que la viese un oculista de la
calle Garcia de Vinuesa, pero debido ya a lo tarde que era había marchado de su
consulta, indicando su enfermera que se dirigieran a la calle Zaragoza que allí
vivía el Dr. Cañuelo?. No lo recuerdo.
Impaciente
esa madre, esperaba a que su hermana volviera del trabajo para ver si le podía
prestar el dinero para llevarla al médico. Y
por fin llegó la tita Ana, y venía contenta porque le había tocado una
papeleta que llevaba suscrita: 018, y le supuso un premio de 500 pesetas de las
de antes. Quedó rota de dolor, porque su sobrina era también la niña de sus
ojos e inmediatamente procedieron a llevarla al oftalmólogo. Cuando llegaron, y
a pesar del corto trayecto desde la casa, se encontraron con el automóvil del
médico lleno hasta arriba y con la familia dentro para comenzar sus vacaciones.
La madre de
la cría se puso de rodillas delante del médico y le rogó que la viese por lo
más grande que tuviera. Y este caballero, dijo a su chofer: “Irse que yo me iré
mañana, tengo que ver a esta pequeña”.
Después de
unos duros reconocimientos que a la niña le dolían como nadie sabía, les dijo:
“La niña ha perdido el ojo, tiene quemaduras de 1º, 2º y 3º grados, además el
colirio estaba en malas condiciones y aún está más dañado. Yo solo puedo
recetar una pomada para refrescarle y dar calmantes para el dolor, el martes
quiero verla a las 6 de la tarde, le taparé el ojo y que no le dé la luz hasta que
yo la vuelva a ver”.
Noche de
insomnios, dolores y llantos, y esa madre culpándose de lo sucedido y esa niña
diciendo que no, que ella también había tenido parte en ello. Se quedó más
tranquila en su cama y de pronto llamó a su madre y le dijo: “Mamá, ¿mañana
sale un Virgen de la Catedral?”.
Su madre le
contestó que sí: “Es la Virgen de los Reyes”.
“Yo quiero
verla, mamá”, -dijo la chiquilla.
Y como las
madres a sus hijos no les niegan nada, le prometió llevarla, pero que se tenía
que levantar muy temprano, porque la Virgen salía a las 8 de la mañana.
Y
efectivamente, a las 7 de la mañana esa chiquilla iba a la Catedral de la mano
de su madre y de su Tia Rafaela.
Lo que
ocurrió después fue inenarrable, salió la Señora desde la Capilla Real (antes
salía desde allí); ellas se encontraban en un banco antes de que la Virgen girase para salir por la Puerta de
los Palos, llegó hasta su altura y ocurrió que la pequeña, quizás por el
cansancio de la noche en vela, por el dolor, por el calor o debido a la emoción
de ver a la Señora, cayó desmayada hacia atrás y tuvieron que echarla en el
banco. Por mucho que intentaron reanimarla la niña no respondía, y sólo
escuchaba en la lejanía la voz de su madre: “Mari, Mari, hija mía, por Dios
Madre mia de los Reyes ¿Qué le pasa a mi hija?. Y escuchaba en su sopor el
toque de las campanas y el murmullo de la gente y así estuvo hasta que la Cruz
de Guía de la procesión entró por la Puerta de la Asunción (antes no daba la
vuelta completa a la Catedral). Entonces llegó el paso en silencio y la niña
recobró el conocimiento y quiso ver a la Virgen y su madre, la cogió en sus
brazos y la puso delante de la Señora y ocurrió… La Virgen la miró y la niña se
cruzó con su mirada y la Virgen le sonrió y la niña también y el Niño de la
Señora que iba sentado en su falda, reía. Allí escucharon Misa y volvieron a su
casa donde a duras penas pudo tomar un vasito de leche.
Tal como
había indicado el oftalmólogo, el martes día 18 a las seis de la tarde estaban
en su consulta. El doctor preguntó cómo había pasado los días y así le contaron
de los dolores y pataletas cada vez que ponían la pomada en el ojito. El.
Levantó el apósito del ojo de la pequeña y miró con atención y miraba a mi
madre y a mi tía y otra vez al ojo, hasta que se oyó una voz que decía:
“Señora, ¿Qué le ha hecho a la niña?- ¿Qué le ha puesto usted en el ojo?. Mi
madre respondió descompuesta que sólo la pomada y el seguía diciendo:
“imposible, imposible, ¿Dónde ha llevado usted a la niña?.
La madre le
relató lo que había sucedido en el día de la Virgen. El doctor preguntó: “Niña,
tú me ves?”. Y la pequeña contestó que veía claridad y que a él lo veía “raro”.
Como distorsionado, así lo veía.
El doctor se
sentó en su sillón y les dijo a la madre y a la tía: “Señoras, lleven ustedes a
la Catedral a la niña y denle las gracias a la Virgen de los Reyes, porque este
ojito está curándose y bastante bien”.
La madre al
día siguiente fue a ver la Señora con su hija y le prometió que mientras
viviera nunca dejaría el 15 de agosto de acompañarla y lo mismo tendría que
hacer su hija.
Cerca de
seis meses estuvo la pequeña con un parche negro en su ojito, como el de los
piratas, y sufría la humillación de l@s amig@s, pero estaba contenta porque su
ojo se había sanado, solo que debía esperar para que le diese la claridad.
Y hasta aquí
la historia de esta pequeña que cada 15 de agosto acude, ya sin su madre porque
está en el Cielo gozando de ese día, a la Catedral para acompañar a la Virgen
de los Reyes.
Algunos
pensarán que es historiada, yo les digo que es ciertamente verdad, porque esa
niña SOY YO.
¡Gracias
Madre, por mirarme y sonreírme ese día, nunca te pagaré lo que hiciste por
nosotros¡
¡Virgen de
los Reyes, intercede por nosotros¡.
En Sevilla,
en el Arenal en la festividad de la Virgen de los Reyes.